10 mar 2010

Vértigo II

Impulsos. Sus más sorprendentes compañeros de viaje. Senderistas que la pillan desprovista de defensas, de reflejos. Modificadores imprevistos, cambiantes, como el "sin rumbo" de alguien que se ha perdido...
...Y no se encuentra.

Ante todo este caos emocional y circunstancial... ¿Cómo conocer las causas de ellos? Desde luego, las consecuencias se tornan mucho más explícitas, una vez sucedidas.

Volvió a recorrer aquel camino que decidió tomar la última vez.
El motivo de este impulso sí era claro: quería enfrentarse a sus miedos. No quería volver de ese lugar con la misma sensación que tuvo anteriormente... quería verse capaz de mirar al vacío, de recordar tiempos pasados... Y no sentir pena.
Y no sentir autocompasión.
Y no sentir... vértigo.

Al llegar estaba agotada, pero el gélido viento de la montaña la despertó, como un suspiro divino de la tierra, de vida.
Se sentó en el suelo, al lado de unas flores marchitas, con cuidado de no romperlas en pedacitos... Se estaban reduciendo a nada, pero no quería acelerar ese proceso. Miró al horizonte y reflexionó acerca de dejar seguir el natural curso de las cosas, sin máculas, sin intencionalidad. La pura evolución y lo efímero de las cosas la hacían pensar... y se enredaba sin remedio en sus propios pensamientos.

Cerró los ojos y dio una primera calada (también la última) de un cigarro que estaría a punto de caer al vacío, del sobresalto. Notó una mano en su hombro derecho y su primer reflejo fue girarse hacia ese mismo lado:

- ...
- ...
- ¿Quién eres?
- Perdóname el sobresalto. Me he perdido.
- Qué raro... ¿y quién no? 
- Supongo que este es lugar para aquellos que no se encuentran.
- Supongo...
- ¿Puedo sentarme aquí?

Ella lo miró recelosamente. Era un desconocido y estaba completamente sola con él, al lado de un gran precipicio. No era una situación para sentirse confiada, precisamente.
Pero se lo permitió, a estas alturas, poco tenía que perder (pensó, en un fugaz momento de pseudo-optimismo). El breve pero intenso momento del encuentro, sin palabras, le permitió fiarse de él. Miradas que se clavaron, rotas por la duda y el desconcierto, pero de una transparencia total, de esas a las que aún no se había acostumbrado.

Él se encendió un cigarro, y le ofreció uno de los suyos. Con algo de duda y demora, ella aceptó. Sin mediar palabra, siguieron absortos en sus pensamientos, ambos con la misma concentración. Con un mismo silencio, ahora compartido.
No sabía como sentirse en aquel momento. Había ido allí para estar sola, sólo consigo misma. El hecho de compartir un momento que creía tan íntimo con alguien, la hizo sentir incómoda. Desconfiada.
Temerosa.

De repente, empezó a sentir más frío en su rostro. En su mejilla izquierda, la que estaba oculta para él, recorría un reguero de líquido y húmedo pesar. Estaba llorando... Y se refugió en su pelo y en el viento, para disimularlo, en vano.
- ¿Te encuentras bien?
- ...

Sin mediar más palabra, la cogió de su mano derecha y la levantó. Se volvieron a mirar a los ojos, esta vez ella no se acordó de seguir fingiendo, y le mostro el rostro demacrado por la tristeza. Inconsciente, incauta.
Ella soltó su mano repentinamente, y, con paso firme, sin pausa, se adentró en un estrecho camino. Sorteando piedras, hierbajos y arbustos áridos, llegó a su pequeño rincón, ahora ya no, secreto.

Él la siguió, a paso más lento, pero decidido. Al oír exhalar el humo de su cigarro, ella se giró, reprochándole con sus ojos la improvisada persecución.

- ¿Por qué me has seguido?
- ¿Por qué me has dejado venir?
- Yo no...
- ¿De qué tienes miedo?
- Tengo... vértigo.
- No es precisamente un lugar adecuado para sentir vértigo, con tanta pendiente. Además, ¿por qué te ibas a dirigar al punto más estrecho y elevado del barranco? ¿Por qué venir sola? ¿Por qué manterte de pie al borde del abismo, respirando profundamente y relajando tus brazos?
- ¿Por qué me has estado observando?
- He preguntado primero...
- Supongo... que no tengo vértigo si estoy sola.
- ¿Entonces es mi culpa?
- Ahora te toca a ti responder.
- Sí, te he observado durante un par de minutos, antes de acercarme.
- ¿Por qué?
- Porque yo no tengo miedo...creí que tú tampoco.
- Creíste mal y bien. Mal: sí, tengo miedo. Bien: sí, supongo que será tu culpa.

Al decir eso, giró su rostro hacia él, ahora sentado de nuevo a su lado. Se volvieron a clavar las miradas, ella con una mueca de disgusto y él con media sonrisa esbozada en su cara.
La conversación cambió de tercio, súbitamente. Empezaron a hablar, se relajaron y, sin pretenderlo, empezó a atardecer.
Sonriendo hacia algo que él había dicho, le expresó su intención de abandonar el lugar, antes de que anocheciera.

- ¿Vuelves a sentir miedo?
- No he dejado de tenerlo. Es sólo que hace muchas horas que estamos aquí.

Una vez más, sin dirigirse ningún vocablo más, la tomó de las manos, de ambas. La elevó sobre sus ahora débiles rodillas, y, sonriendo, la llevó hasta el borde del peligroso despeñadero.
Abriendo, con aún más fuerza, sus grandes ojos, se quedó inmóvil durante unos segundos. Apretó sus manos con una determinación que creía no tener.
Se quedaron unos minutos en silencio, con los cuerpos uno en frente del otro y los rostros mirando al horizonte, donde el sol se escondía. Aún agarrados, con una fuerza a punto de desaparecer.

Ella se soltó repentinamente e hizo una mueca expresando sus temores. Sus cejas arqueadas y su sonrisa inversa lo indicaban.
Se fue corriendo de allí, buscando la salida a la carretera, con desesperación. Él la alcanzó, espetó:


- ¿Por qué? ¿Sigues teniendo miedo a las alturas?

Con la respiración entrecortada, se giró y le contestó, empezando así una nueva discusión:

- ¡No lo entiendes! No es a las alturas a lo que tengo miedo...
- Entonces...
- Entonces... Mira, me encanta venir aquí, me siento libre. Miro al vacío y siento una extraña seguridad... siempre y cuando lo haga sola.
- ¿Qué problema hay conmigo?
- Sigues sin entenderlo. No es contigo, ni con nadie en concreto. Estando al borde de un precipicio, sin nadie... si caigo, si me tropiezo... será mi culpa. Sólo mía. A eso no le tengo miedo... Le tengo miedo al hecho de que alguien me empuje, me haga caer. No puedo fiarme.
- Sin embargo te has fiado, por unos momentos, al menos...
- Estaba poniéndome a prueba.
- Yo no te arrojaré al fondo...
- Me dijeron eso antes. ¿Ves esas flores? Son un símbolo. Hubo un día en el que dejaron un ramo por mí. Ahora que puedo enfrentarme a ello, que me he salvado... no quiero volver a arriesgarme.
- ¿Piensas actuar así siempre?
- Sólo hasta estar preparada. Sólo hasta que alguien me haga estar preparada.

Ella le miró por última vez, con ojos vidriosos, con una de esas pseudo-sonrisas, a medias dibujada en su cara, que reflejaban de todo menos un buen estado de ánimo. Se sentía mal. Le deseó suerte en su pérdida y su consecuente búsqueda, de manera sincera.

Y partió.



"¿Qué va a ser de mí? Tendré que apostar y arriesgar, sin volver a caer..."

2 comentarios:

  1. Pfffffff!!!!...

    "quería verse capaz de mirar al vacío, de recordar tiempos pasados... Y no sentir pena.
    Y no sentir autocompasión.
    Y no sentir... vértigo."

    Cuál será la clave? Qué ha de pasar para dejar de sentir vértigo?

    Una vez más me ha encantado tu escrito tía! I need moooore! Me he enganchadoooo!! xDD

    Por cierto, supongo que la de la foto eres tú. Mola muchísimo el paisaje!

    *Se va a mirar precipicios...*

    KRN

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  2. Ala! :$ primero de todo, muchísimas gracias por tu comentario/opinión de nuevo! me halaga mucho de verdad, no sabes cuánto!

    Pues no sé cual es la clave... supongo que la forteza de una misma, en este caso la persona es fuerte, se debilita si tiene que mirar al vacío con otra persona... es entonces cuando siente verdadero vértigo!

    Sí, la de la foto soy yo :P es en la Mussara, uno de mis sitios predilectos, el paisaje es mucho más espectacular de lo que se ve en la foto! y me inspiró para este escrito :)

    Gracias por seguirme, me has animado mucho a seguir escribiendo! :)

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